
Para que no se enteren de que me he marchado, coloco mi almohada bajo las sábanas y simulo mi silueta tal como he visto hacer en algunas películas. El silencio reina en casa y aún no ha amanecido. Me alzo de puntillas para mirarme en el espejo del recibidor, cierro por un instante los ojos y compruebo que mi plan me acompaña. Introduzco la mano en el bolsillo derecho de mi chaqueta; sonrío y acaricio la pequeña ficha rectangular de la tarde anterior. Ansioso por llegar a mi destino, cierro muy despacio la puerta y apresuro el paso. Al llegar al recinto, compruebo entristecido que el tren ha desaparecido.