lunes, 29 de diciembre de 2008

Una noche inolvidable


Mientras encendía el cigarrillo, tendido sobre la cama, con el desorden aún de las sábanas, Mario recordó, sus ojos, su pelo largo y suelto, su cuerpo desnudo, la piel sedosa, el sabor de sus labios. Podía verla con absoluta claridad y deseaba atesorar cuidadosamente aquel momento de felicidad. Embriagado por el recuerdo, de pronto, sintió el dolor que produce la verdad. Solo se había tratado de un sueño. Ella nunca existió.

viernes, 19 de diciembre de 2008

El suicida.


Con el cosquilleo aún en las tripas, al abrir los ojos, se dio cuenta de que no podría evitar la tentación del gran salto.

La confidencia


Las vistas desde el acantilado eran majestuosas, el horizonte estaba claro y se podía divisar el mar en toda su inmensidad en un sobrecogedor silencio. Tras un momento de fugaz felicidad, le pregunté: “Carlos, ¿te acuerdas de cuando nació nuestro hijo?” “Claro, claro que sí, qué ocurrencias tienes”, respondió.
Entonces insistí: “pero, ¿recuerdas lo qué me dijiste en las puertas del paritorio?”
Negó con la cabeza y continué: “Me besaste en la frente (en un atisbo de ternura, repetí el gesto) y añadiste: “pórtate bien y a empujar”.
Lo siento, esta vez no me porté bien. No me pude contener, volví a empujar.

lunes, 8 de diciembre de 2008

No consigo recodar que es un "hada".


No consigo recordar que es un “hada”. El diagnóstico fue preciso y contundente: amnesia transitoria global producida por una sobredosis de melancolía mezclada con una ingesta de nostalgia del pasado. No se preocupe, añadió la doctora, esta amnesia suelen padecerla hombres de su edad desencantados de la madurez y con tendencia obsesiva a recuperar la infancia. Le recetaré una dosis diaria de holganza, acompañada de un buen sillón con vistas al cálido horizonte de la inocencia.

viernes, 5 de diciembre de 2008

La ley de Murphy

Después de un largo día de trabajo, me dirigí al parking con el deseoso fin de poder regresar a casa. Abrí el bolso para buscar la llave del coche, pero a simple vista no la encontré. Introduje a ciegas la mano hasta lo más profundo y entre tantas cosas salió el bolígrafo que perdí hace tres días. En un segundo intento, abrí de par en par el bolso y aparecieron las gafas de sol que perdí ayer. Desesperada, vacié en el suelo todo su contenido y de allí salieron toda clase de objetos. Ahora que encontré todo lo que perdí en una semana, caigo en la cuenta de que vine andando y no en coche.