jueves, 1 de enero de 2009

La Alfama


Hacía tres años que había muerto la tía Blanca y desde entonces guardaba en el armario los stilettos que mamá tiró a la basura. “Olvídate de los zapatos de la tía, solo te proporcionarán dolor y sufrimiento, como a ella le ocurrió”, me dijo tajante.
Así, en aquel viaje a Lisboa, quise llevarlos de paseo al pasado. En una primera sensación, me sentí joven, bonita, feliz, ligera como un suspiro. Pero, conforme iba subiendo una de las cuestas de Alfama, el dolor me iba ganando con intensidad. El lamento de los amores perdidos, el resquemor de mis fracasos, el abismo de mis recuerdos, iban pasando factura a mi insensatez. No tuve opción, allí mismo, junto a una papelera, con una mirada de disculpa, me despedí de ellos.

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